Zombies viviendo deprisaa.
He de confesar que cuando escribes algo, muchas veces, te
introduces tanto en lo que quieres contar que afloran sentimientos y
sensaciones sobre lo que escribes. Y esta es de las pocas ocasiones en las que
me pasa que conforme voy escribiendo el artículo, este me genera ansiedad,
angustia o estrés. Pero, al contrario de lo que pueda parecer, con él quiero
crear conciencia.
No sé a vosotros, pero a mí me da la sensación de que
cada día que pasa es más corto. Incluso ahora que estamos en confinamiento y
tenemos todo el tiempo del mundo. Y tal como decía Alejandro Sanz en su
canción viviendo deprisa: “viviendo tan deprisa la vida no se aprecia”. “He
malgastado mis fuerzas viviendo deprisa, ya no doy más…” ¡Me faltan horas y
la vida se esfuma con ligera impotencia delante de mis ojos! Pero, no, este
artículo no va de amor como la canción, va de reflexión.
Los tiempos cambian y la vida corre demasiado deprisa: la
carrera tecnológica avanza a pasos agigantados. Los cambios bruscos del clima
suceden con más frecuencia. Los movimientos sociales crecen de debajo de las
piedras en un abrir y cerrar de ojos. Se cambia fácilmente de ideología según
conveniencias. La tolerancia es breve. Los valores se ganan y se pierden con la
misma facilidad. Los puestos de trabajo rotan con rapidez y así, un largo etc.
de cosas y situaciones que están sujetas a cambios continuos. Tener continuidad
en algo es casi un milagro. Y es que, vivimos en una sociedad que nos obliga a
mantener un ritmo de vida acelerado, donde el estrés y la ansiedad coquetean a
su antojo con nosotros. Una sociedad en la cual tienes el deber de estar
actualizándote continuamente si no quieres caducar, y por ende, que fomenta la
competencia sin escrúpulos y el egoísmo al más puro estilo: “sálvese quien
pueda” o el archiconocido “yo primero y a los demás que le den”. Una sociedad
que nos bombardea a información y a estímulos externos para mantenernos,
paradójicamente, desinformados y colapsar nuestra cabeza. ¿No os pasa que cada
vez os cuesta más concentraros en algo? ¿Qué vas a hacer algo y, de repente, un
pensamiento absurdo, un sonido, un mensaje, un algo hace que olvides lo que
ibas a hacer? No hace mucho vi un documental que hablaba justo de esto, y en
él, explicaban que es la primera vez de nuestra historia en la que vivimos en
una época donde el cerebro recibe tanta información que es incapaz de
procesarla. ¡Es imposible! De lo que nadie es consciente es de que nuestro
subconsciente almacena y registra gran parte de esa información y puede, sin
querer y contra nuestra voluntad, influenciar en nuestras opiniones, cambiar
nuestra manera de pensar, incluso, cambiar nuestra manera de ser. Una sociedad que
nos disfraza la vida ideal con un trabajo digno, los que puedan presumir de
ello, con el sentido de tener algo en propiedad y con un consumismo arrollador
donde el poder gastar unos euros, si puede ser empeñándote mejor, en algo
material te de la ansiada felicidad. ¡Y ojo! No lo crítico, ¿a quién no le
gusta comprarse un coche?, ¿irse de viaje?, ¿comprar un regalo? Esos momentos
también son felicidad, espontánea, pero lo es. El problema es que nos hemos convertido en esclavos
de una felicidad artificial y no se fomentan otros medios más saludables para para
encontrarla, porque vivimos en una sociedad capitalista, a la que le interesa
que estemos dentro de la rueda de producción tirana sin rechistar. Y para ello,
hay toda una maquinaria demoledora de engranajes perfectos, descritos
anteriormente, con un claro propósito: mantener nuestros cerebros ocupados en
cosas banales y absurdas o, en el peor de los casos, directamente sin cuestionarse nada. Dicho
de otra manera, más apocalíptica y para regocijo de los conspiranoicos: “la
zombificación de la sociedad”
Deberíamos concienciarnos y parar cada cierto a descansar
psicológicamente, pensar y reflexionar sobre esto. ¿Cómo estoy de saturado? ¿Hago
lo que quiero? ¿Lo que hago es bueno para mí y mi entorno? ¿Es bueno para el
planeta? ¿Cómo de libre soy?…