La vida te sonríe. Haces lo que te da la gana. Caminas con firmeza y elegancia dejando atrás una estela de éxito, admiración y cierta arrogancia. Nadie puede hacerte daño. Eres inmune a cualquier crítica ajena. Los escándalos y noticias basuras te la resbalan. A estas alturas de la vida, cuando crees que lo has visto todo y piensas que eres una especie de semi dios que está un peldaño por encima del resto de los mortales, de repente: ¡Zas! Como si de un globo paseando por las nubes se tratase, aparece una persona o situación en tu vida que agarra del cordel y, jalando de él, te hace aterrizar de nuevo con los pies a la tierra.
Suele ser bastante habitual que, cuando están tirando del cordel, no te des cuenta de ello hasta que llegas a una especie de agujero o pozo -cuánto más negro peor, por cierto-. El caso es que, sin darte cuenta, te das tal tremendo golpe con la realidad que te anula la capacidad de razonamiento durante algún tiempo. ¡Knockout! Y lo peor es que te diste cuenta de algo, lo viste venir, tu instinto te habló, pero lo pasaste por alto. ¿Por qué? No lo sé, aunque estoy seguro de que se trata de la estupidez humana, tan necesaria algunas veces para aprender de los errores y evolucionar.
Es entonces cuando el atisbo de lucidez que pareció abandonarte cuando más lo necesitabas vuelve de manera tarde, pero heroica para fustigarte y clarificar tu mente y piensas: ‹‹tenía un mal presagio. Sabía que esto pasaría››.
Pero ya es tarde, amigo mío. Ya no hay vuelta atrás. Ahora tienes que aprender del error, tomar esa persona o situación como un maestro en la vida y asumir las consecuencias de tus actos y, créeme, cuánto antes lo hagas mejor. Por delante tienes unas horas, días, semanas o, en el peor de los casos, meses que corren en tu hipotética contra. Necesitas ser paciente y práctico; resolutivo y tenaz; inteligente y metódico, si quieres resolver y abandonar lo antes posible esa situación o persona que te desquician y hacen florecer lo peor de ti. ¡Buena suerte!