Érase una vez… ¡un chasco!
¡Atención, este artículo puede contener spoilers!
Para algunos, Quentin, es algo parecido a un semidios. Un
genio del cine. El puto amo. Y como la Wikipedia bien dice, es un director,
productor, guionista, editor y actor excelente (esta última palabra la agrego
yo). No lo pongo en duda, y por eso, tal vez, el simple hecho de que lance una
película acompañada, como era de esperar, de un buen marketing y un elenco considerable
de buenos actores, sea suficiente para pensar que estamos frente a una obra de
arte.
Muchas veces, intuyendo que la película es un éxito
garantizado, me gusta ir al cine y dejar sorprenderme sin saber demasiado bien
de qué trata. ¡Error! Y es que, a cómo está la entrada del cine hoy en día, no
puedes permitirte tales errores. El caso es que un día como otro cualquiera,
decido ir a ver la película y después de más de dos horas sentado en la butaca
comiendo palomitas rancias, salgo decepcionado.
Es demasiado tiempo para una película que te deja
continuamente esperando que pase algo que no pasa. Y, ¡ojo! Es posible que sea
un peliculón para los nostálgicos y expertos de cine. En cierto modo es un homenaje
al Hollywood de finales de los sesenta. Una combinación de ficción y realidad con
muchos nombres, datos curiosos, menciones de personajes y situaciones de
aquellos años (aunque para eso ya están los documentales). Pero repito, para
quien conoce la época, fans incondicionales del mundo de la farándula y
eruditos del cine. Para el resto de los mortales es una película que juega al
arte de no contar nada, salvo una historia normal y corriente que, gracias al
buen papel intrínseco de los actores en ciertas escenas (donde aquí sí que Quentin
es uno de los mejores haciendo interesante algo cotidiano), cierto paralelismo con
ellos y un par toques de humor, poco más tiene que ofrecer.
Nota: para los fans del Tarantino más gore y violento
recomiendo saltarse la película y comenzar a verla a veinte minutos del final.